Resulta complicado llegar a ser partícipe del entusiasmo general que uno
puede llegar a encontrar en referencia a la novela que nos ocupa si se bucea
por la red de redes en busca de opiniones, reseñas o derivados de un autor que,
para mí, hasta la lectura de "El inocente", era un
completo desconocido.
Aterrizó en mis manos un ejemplar de manera casual, y mentiría si no
reconociese que su sinopsis capturó mi atención.
Así que, de entre una lista de clásicos pendientes inabarcable y otra de no
tan clásicos, pero no menos inabordable, me puse manos a la obra.
He de confesar que los capítulos iniciales son ejemplares, de auténtico
manual de novela negra.
Atrapan al lector irremisiblemente e incluso la narrativa empleada en el
prolegómeno resulta un recurso más práctico y bien avenido frente al componente
"estético" que cabría suponerle, y permite empatizar con un
protagonista que está siendo construido en sus inicios.
Ahora bien, tras unos capítulos introductorios realmente satisfactorios,
comenzamos a adentrarnos en otros irregulares y confusos.
La trama empieza a plantear los interrogantes que sirven de ignición para
que personajes e historia se pongan en movimiento, y francamente, desde una
flagrante mediocridad, que hace de difícil digestión las comparativas del
talento del autor con Christie o Doyle (cosas del
marketing), impresa hacia la mitad del libro, hasta el aburrimiento y la
indiferencia de su conclusión, nada más encontraremos.
Y es que, en mi opinión, el peor adjetivo del que se puede hacer acreedor un
libro es el de la insustancialidad.
Unas obras, pueden tener una narrativa mejor avenida que otras, un ritmo más
dinámico o pausado, unos personajes mejor construidos, una creatividad o ideas
que despierten en el lector algún sentimiento, aunque sea displicente... pero
no conseguir nada más allá del tedio... peligroso.
Y me resulta chocante, ya que las opiniones que uno puede encontrar, son
francamente positivas, y aunque no deja de ser una cuestión meramente
subjetiva, es difícil defender un libro con tan graves carencias dentro del
género per se, no unicamente en el subgénero "noir", si no el
ámbito general del policiaco.
El principal problema que encuentro en "El inocente",
es la rápida degeneración en la que deriva unos capítulos iniciales de
verdadera novela negra, en un guion hollywoodiense de sobremesa que
tantas veces hemos visto.
Cliché tras cliché nos dirigimos hacia una trama en la que prostitución,
strippers, altos cargos institucionales y ex-presidiarios se dan la mano. Y no
hay nada de malo en ello si sabe mezclar la justa medida de sus ingredientes,
como si de un cocktail, se tratase; el problema viene cuando el autor lo
combina como si estuviese en un "botellón", supeditado a la máxima de
"cuanto más grande mejor".
La trama se va volviendo tramposa, inverosímil e inconsistente en pos de
intentar conseguir una falsa espectacularidad bajo la premisa anteriormente
mencionada, algunos personajes abandonan la historia tan rápido como entran una
vez completada su función de poner al protagonista en el camino hacia su
siguiente pista, resultando estos en burdos y vacuos secundarios, cuya máxima
expresión recae en un personaje cuyo hobby en vida ha sido construir una
especie de museo de "strippers" y que gracias a su
inconcebible, inverosímil e increíble, conocimiento de las mujeres del oficio
consigue poner en la dirección correcta a los personajes cuando absolutamente
no había posibilidad de éxito, resultando este en un recurso deleznable y de la
más baja estofa por parte del autor, por poner el ejemplo más flagrante de
cuantos encontrará el lector a lo largo del libro.
El inocente es un libro malo en terminos generales, interesante en su comienzo,
mediocre hasta cierto punto y muy deslucido en conjunto.
Propietario de un cliché por trama y unos personajes incapaces de generar
interés o empatía una vez que la espesa madeja de la trama intenta querer
desenvolverse, cosa que no llega a conseguir en ningún momento, al menos no
satisfactoriamente.
Queda tan evidenciadas sus carencias frente a tantos y tan grandes exponentes
ya sean en forma de autores u obras, que resulta incomprensible que alguien
pudiese recomendar esta historia frente a clásicos como Doyle o Christie,
o contemporáneos como Eco, Reverte o Mankell.
Absteneos.
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